
“Pero ahora es peor, es radiación”- pensaron los exaltados (es entonces cuando salta el chip de “nuclear” o “chernovyl” y la guadaña da otra pasada). Y sí, el Po-210 no necesita ser tocado, inhalado ni ingerido para desprender su efecto radiactivo; es por ello más peligroso que cualquier veneno y se le considera uno de los principales causantes de cáncer de pulmón. Sí, pulmón, porque está en el tabaco.
Así que ya ven, me pregunto qué habrán pensado todos esos fumadores que fruncieron el ceño al ver al espía ruso postrado en la cama, víctima de cáncer.
El gobierno de Blair tuvo que recordar a sus ciudadanos que la radiación del Po-210 sólo cubre unos centímetros. Quizá debería haber añadido que, salvo cantidades inusuales, la radiación alfa (según me contaron en el instituto hace... uf!) apenas es capaz de traspasar la piel, no afectándoles lo más mínimo siempre y cuando no lo ingieran... o se lo fumen.
Pero todo ésto venía a cuento, no del Polonio (la física nuclear no es mi fuerte ni mi pasión, para qué engañarnos), sino de cómo han tratado los medios la noticia y sobre cómo ha reaccionado la sociedad. Y recapacitas sobre la necesidad psicológica que parecemos tener de que la amenaza tiene que ser de fuera (hasta ahí todos de acuerdo) y, te das cuenta, nueva; no una neofobia masificada, sino un complemento intrínseco de lo primero. Y en los casos en que es un viejo conocido, parece que se activa un sentimiento similar a la evasión de culpa pero encriptándolo con una traducción del nombre en inglés o usando tecnicismos olvidados. Quizá por eso los malos siempre llevan máscara.
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