No tiene objeto el llanto, la mirada o el grito,
no hay política, trato o súplica que atender,
enorme en lo ínfimo, eterna en cada suspiro.

No hay dulce muerte ni despiadado abrazo,
sólo el ahora; vida y permanente volver.
Sonríe el brote ante el orgulloso asfalto.
Sombras volcadas en su ridícula comedia,
ajenas a que la obra ya ha comenzado,
que ensayan su papel protagonista
cuando son solo parte del decorado.
El telón no caerá entre aplausos y estruendo,
ni bañado en gritos, arengas ni rabia,
lo hará lento e implacable, sordo y ciego,
pues nada celebra quien todo lo gana.
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